AL ATARDECER
CAPÍTULO V
Se
despertó sobresaltado al oír ruido abajo. Iba a llamar a Thor cuando lo vio de
pie en la puerta del dormitorio, con el pelo del lomo erizado y gruñendo de una
manera muy distinta a como lo hacía normalmente. Bajó rápidamente acompañado
por él, y al llegar al final de las escaleras, observó algo que le desconcertó.
Su mochila estaba tirada en el suelo con todo lo que había en su interior
esparcido. Los cajones abiertos y registrados.
De
repente oyó un murmullo en el exterior, disipándose cuando alcanzó la puerta y
salió a la calle. No era muy oscuro gracias a las tres farolas que alumbraban
el exterior, aunque sí había una niebla clara, que no hubiese impedido ver a
alguien.
—Madre
mía Thor. ¿Qué coño ha pasado?
—Vamos
a la cama e intentemos dormir, quedan más de cinco horas para que amanezca.
—Buenos
días, ¿cómo está mi perrete después del susto de anoche? Vamos a bajar al
pueblo a comprar más alimento, que estoy comiendo como si no hubiera un mañana
y el frigorífico no se llena solo— Le comentaba mientras se preparaba su café.
Se
sentó frente a la ventana. El cielo estaba parcialmente nublado, dando una
sensación de frio que no existía, como pudo comprobar cuando salió para bajar a
Taramundi. Observó ese gran pedazo de naturaleza que le ofrecía la ventana y la
vida que bullía en ella.
Realizada
la compra de todo lo que podía necesitar, dio un paseo por el pueblo.
—Thor,
no sé si te lo he comentado alguna vez, pero las casas que estamos viendo,
construidas en piedra, siempre me han encantado. Pequeñas fortalezas que te
protegen de todo aquello real o imaginario, que nos hace buscar su refugio. Me
gusta imaginar estar en su interior, acompañado por el crepitar de los leños
ardiendo, mientras observas por la ventana, como el cielo deja caer una sonora
lluvia, acompañada de rayos y truenos, o una silenciosa nevada, que lo viste
todo de blanco cegador cuando el sol se une a ella.
Es
muy diferente a nuestra tierra, no solo en la construcción, sino en la forma de
trabajar con la ganadería o con la agricultura, en la alimentación, en los
eventos festivos y en la importancia de los seres mitológicos, muchos de ellos
producto del pueblo Celta y que pasaron e imagino que pasaran de padres a
hijos, como se debería de hacer en nuestra tierra, porque eso es parte del saber
no escrito heredado de nuestros mayores y que ningún pueblo debería dejar
perder.
Nel
se encontraba recostado en la cama y junto a él Thor, su inseparable amigo.
Absorto en la lectura de la novela “Regreso a tu piel” y ensimismado imaginando
a un hermoso frisón de crines largas y acaracoladas, con un negro brillante en
su piel que envolvía una masa muscular envidiada por cualquier adonis. Le
maravillaba ese animal. Incorporándose velozmente se dirigió a Thor — ¿Has oído
eso?— Hay gente fuera. Abrió la ventana para asomarse al exterior.
—No
se ve a nadie campeón. Habrán sido imaginaciones mías— Le dijo mientras
escudriñaba el exterior.
—Mira,
otra vez el de la linternita. ¿Qué narices hará ahí?
No
alcanzó la fase rem cuando escuchó una voz “Ven” repetida hasta en tres
ocasiones, acompañada de un fuerte ruido en el exterior. Saltó de la cama y
bajó veloz las escaleras, estrellándose con un jarrón colocado en el
descansillo y que no sabía que narices hacia eso en un sitio tan inadecuado.
Abrió la puerta y salieron los dos a la calle, miró a un lado y al otro, y no
vio nada. Más calmado, y al entrar en la casa se percató de que la barbacoa
situada junto a la mesa, estaba volcada.
—Madre
mía, como todas las noches sean así, esto va a ser un duermevela.
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