Raíces
Aún quedaba más de una hora para el
amanecer. Antonio estaba sentado en su silla baja frente a la chimenea,
dejándose llevar por el crepitar de la leña de olivo al arder, a un tiempo
lejano.
Eran mañanas frías, y noches de
duerme vela. Se levantaba mediada la noche para alimentar a sus mulos “Letrao”,
“Enamorao” y “Trabajosa”, para que estuvieran fuertes para el trabajo que les
esperaba. Era tiempo de la recogida de la aceituna.
Despertaba él sin la necesidad de
despertador que le avisara de que otra jornada estaba a punto de comenzar. Se
levantaba animoso, sin trabajo, dando un par de zapatazos en el suelo para
desentumecer los pies, y vertiendo un
poco de agua en la palangana, se aseaba y espabilaba.
Salía a las cuadras para verlos otra
vez, hablaba con ellos un momento, contándoles lo arduo del día que les
esperaba, diciéndoles que parecía que venía agua por el cerro. Se acercaba a
ver las tres cabras que tenían para la familia, y suministrarles el cereal y
unos haces de ramón de los olivos que ya habían comenzado la corta.
Visitaba a los cerdos con la misma
operación y revisar a la marrana que estaba a punto de parir. Las gallinas,
pollos y conejos era tarea de Rosario.
Cuando llegaba a la cocina, después
de pasar por la palera, traía un pequeño brazado de varetas secas y unos
cuantos palos de la corta del año anterior, para echar la lumbre.
Cuando llegaba a la cocina veía a
Rosario, su mujer —Buenos días mujer— le saludaba como venía haciendo desde
hacía ya muchos años.
—Buenos días papa Antonio— le
contestaba ella con el nombre que le habían asignado la familia para los nietos.
—¿Para donde vais a ir hoy? Parece
que se avecina lluvia y los llanos son trabajosos si llueve.
—Ya lo he visto, llevare la cuadrilla a las “Piedras Cobos”, si no
llueve fuerte podremos echar el jornal completo.
Cuando estaba la lumbre encendida y
con sus primeras ascuas en el fondo. Como venía haciendo desde que formo su propia
familia, comenzó a elaborar las migas.
—Mujer….
Despierta a tus hijos que ya mismo tenemos que irnos— le comentaba a ella
cuando las migas estaban a punto de terminar.
—Coged
la cuchara y a comer………“Las migas de pastor, cuantas más vueltas mejor”— le
decía a sus hijos.
—Abuelo y las otras como son— le
preguntaba su nieto.
—Las otras son “Las migas del gañan
que con una vuelta están”— y la consabida broma que tanto le hacía reír a Antonio.
—Manolin
¿Quieres la piel del bacalao asao?
—¡Si abuelo!— gritaba él.
—Muy bien, vamos a echar este trozo
grande. Si se queda así de plano te lo comes tú y si se arruga me lo como yo.
Vale.
Como siempre, al echarlo a las
brasas, se cerraba sobre sí mismo. A lo que Manolin ponía mala cara. Lo que no
importaba, pues siempre compartía con él el pellejo del bacalao. Antes, cuando
era bastante más pequeño, esperaba con ansia la vuelta del tajo de su abuelo.
Nada más verlo atacaba la capacha para devorar lo que quedaba. No se dio
cuenta, hasta hace un par de años, de que el abuelo se lo dejaba para él,
siempre el mejor trozo, la mejor parte de lo que él tenía para comer en el
tajo.
Antonio fue a las cuadras para
preparar a “Letrao”, “Enamorao” y “Trabajosa”,
una vez puesta la jáquima, los iba sacando uno a uno a la puerta, atándolos a
la anilla colocada en la pared. Y con la parsimonia del que lo ha hecho miles
de veces, le colocaba el aparejo, colgaba las sogas, que más tarde utilizaría
para amarrar los sacos de aceituna y llevarlos al cortijo, donde esperarían
hasta ser trasladados al molino por una recua destinada a ese menester, las
capachas, la castaña y el botijo que mantenía el agua fresquita. Los fardos,
las varas, los sacos, la criba si cambiaban de sitio y todo lo que en una jornada y sus imprevistos, pudieran
necesitar.
Había ya a esas horas, en la calle,
un trajín de gentes y bestias. Unos cantando, otros riendo y todos, sobre todo,
hablando a voces y celebrando la llegada de un
nuevo día de alegría y bonanza para todas las casas, gracias a las
lluvias caídas en otoño. Se preveía ese año una buena cosecha de aceituna, por
lo que los jornales se verían incrementados en bastantes días, aumentando los
ya mermados ingresos de las familias que dependían de la fertilidad de la
tierra.
La familia al completo, rodeando la
chimenea, hablaban de lo sucedido el día anterior en el tajo, las aventuras y
desventuras de los vecinos, los sueños, las ilusiones de poder hacer esto o lo
otro con los dineros de los jornales.
—Id abreviando, que se nos echa
encima el día— les decía Antonio a sus hijos y de manera más suave a su nieto
Manolin, que llevaba, de sus doce años, tres trabajando mano a mano con sus
tíos.
Entre risas, chistes y canticos
abandonaban los aceituneros el pueblo, en una pequeña pero tumultuosa
procesión, cada uno dirigiéndose al olivar donde echarían el día, en una lucha
por arrancar el fruto de sus ramas por parte de los vareadores y cogidas, las
del suelo, por manos expertas, encallecidas, ásperas y sin embargo hábiles.
Era en esta peregrinación hacía el
olivar, donde las mujeres Jaeneras, dotadas de un carácter alegre y distendido,
provocaban a los hombres con coplillas como;
“Cuando
paso por tu puerta / cojo pan y voy comiendo / para que no diga tu madre / que
de verte me mantengo”
“Anda
y vete al campo / y llora que tienes porque llorar / que eres muy niño /
y ya sabes con dos barajas jugar”
Provocando
una lucha feroz de ocurrencia y picardía entre ambos sexos.
Mañanas
de frio y escarcha —Antoñico, ¿No tiene usted frio?— le preguntaba una de las
mujeres.
—Dolores, pa que quiero el frio si
no tengo pelliza que ponerme— le contestaba con una sonrisa, que a la vez
desataba la risa de los demás.
—Juan, echa la lumbre para
calentarnos un poco— le dijo a uno de los jornaleros.
Tenía por costumbre Antonio llevar
una botella de aguardiente, que la pasaba a la cuadrilla para que los cuerpos
entraran en calor, hombres y mujeres, todos por igual.
El total de la cuadrilla; once
hombres, trece mujeres, dos zagalas y tres mozalbetes lampiños escuchaban
alrededor de la lumbre el reparto de faenas. Normalmente dividía las varas de
manera que se llevaran de dos a tres olivos por delante, nueve mujeres para
coger las del suelo antes de que llegaran los hombres para varearlas, dos para
recoger los salteos, y otras dos para la criba y los sacos, los jóvenes los
dejaba para apoyar a unos y a otros. Así es como ordenaba la faena, teniendo
que cambiarla a lo largo de la mañana para reforzar una u otra labor,
dependiendo de las necesidades que surgieran.
—Vamos al tajo antes que lleguen las
lluvias, a ver si hoy nos ganamos el jornal entero.
Al oír esto, todos al unísono y como
uno solo, comenzaban con la tarea encomendada por él. Las recogedoras cogían
los cantos rodaos que habían puesto en el fuego, para meterlos en sus bolsillos
y de vez en cuando poder calentar sus manos, heladas por la escarcha y el frio
de la mañana.
—“Con las dos manos zagala, que si
no el aceite amarga”— Les decía a las más jóvenes cuando las veía utilizando
una sola mano.
Antes de media mañana, daba el
primer viaje al cortijo, cargando los mulos con cinco sacos cada uno, los días
malos de lluvia y barro, no los cargaba con más de tres o cuatro sacos.
—Antoñico ¡Que cuida usted a las
bestias más que a nosotros! —le decían los miembros de la cuadrilla.
—No tengáis preocupación por eso,
que el día que vosotros hagáis el trabajo que hacen ellas, os he de cuidar
tanto o más— Les respondía Antonio de manera agradable pero tajante.
Después del primer viaje, el
almuerzo; Pan, aceite, bacalao, tomate, jamón, queso, chorizo y de postre la
consabida naranja.
Acabado éste, y antes de iniciar la
recogida, venían los juegos. El de la navaja era el que más se jugaba por
ellos: Se removía un circulo de aproximadamente un palmo, y en el centro se
colocaba un palote. Comenzaban tirando la navaja acostada en la palma de la
mano, si todos conseguían que se clavara en el círculo, cada uno de ellos
golpeaban el palote una vez con el mango de la misma, introduciendo este en la
tierra. Seguía el juego lanzándola de diferentes maneras, hasta que uno de
ellos no conseguía hincarla. Siendo este el momento más gracioso del juego,
pues tenía que sacar el palote de la tierra con la sola ayuda de su boca.
—¡Vamos recogiendo!— gritaba Antonio
para que todos oyesen que la jornada terminaba.
La vuelta resultaba más tranquila,
en silencio, posiblemente encerrados todos en el mismo pensamiento; que harían
con los dineros ganados con tantas penalidades. Algunos los usarían para
adquirir aquello que tanto deseaban o necesitaban, otros, para poder acabar la
casa, comprar ropa para los hijos, el ajuar para la hija que se casaba. O simplemente,
lo guardarían para tiempos difíciles.
En estos pensamientos se encontraba
cuando entró Manolin, hoy ya Manolo, como lo conocían en el pueblo.
—¡Buenos días abuelo!
—¡Buenos días hijo!, parece que va a
llover, ¿Adónde vais hoy?
—Nos iremos a las “Piedras Cobos”,
es el mejor sitio por si arranca a llover.
Antonio se reía para sus adentros
pensando que él hubiese hecho lo mismo. Manolo era el único de toda la familia
que le gustaba trabajar las olivas y posiblemente se quedara con todas.
—¿Te importa que hablemos un poco
antes de irte?
—¡Claro que si abuelo!
—Eres el único de mis nietos y mis
hijos, al que le gusta trabajar la tierra. Yo, pronto dejaré esta vida, y me
gustaría contarte algo.
Sabes que empecé comprando los
pegotes que nadie quería, los peor situados, y poco a poco iba comprando otro,
y otro, y así hasta este momento. Ahora tenemos las tierras suficientes para
alimentar a una familia y poder tener una vida sin estrecheces. Todo esto lo
hice con la mayor ilusión del mundo, para que el día en que muriera dejara algo
a mis hijos.
Hemos pensado que las tierras, a nuestra
muerte, sean para ti y tu familia. Sé que las querrás y cuidaras tanto como lo
he hecho yo. Tus tíos y tu madre están de acuerdo en que te quedes con ellas.
Pero…… deberás de proporcionarle el aceite del año a cada uno de ellos, creo
que el trato es bastante bueno.
—Me parece un buen trato, ya sabes
que para mí, los olivos son mi vida. Se lo importantes que son para ti y la
abuela, y espero no decepcionaros nunca.
—Pero hay algo que si quiero pedirte
y que me gustaría que escucharas.
—Al ir a cualquiera de nuestros
olivares, ¿Has visto los de los vecinos?
—Claro que si abuelo, es difícil no
hacer comparaciones con las cosechas de unos y otros.
—Dime, cuando pasas por ellos, ¿Qué
ves de la cruz del olivo para abajo?
—¡Abuelo!........¿Ahora tiene ganas
de acertijos?— Reía Manolo.
—No, no son acertijos, haz memoria
¿Qué ves?
—Pues………troncos y tierra ¿No?
—Efectivamente Manolo, solo troncos
y tierra. Una inmensa cantidad de tierra yerma, hasta el desierto del Sahara
tiene más vida que nuestras tierras. Cada vez más nos afanamos en controlar las
plagas, haciendo desaparecer lo único natural que las eliminan. Nos gastamos
dineros en proporcionar abonos, que esparcimos como si fueran macetas, quemando
la tierra y la posibilidad de regenerarse. Nos afanamos en hacer pozas para
recoger el agua de la lluvia, porque el suelo es incapaz de absorberla. Vivimos
preocupados porque no llueve, y cuando llueve nos enfadamos porque tendremos
que tapar los arroyaeros que se formen.
No te digo con esto que trabajes la
tierra como lo hacíamos antes. Ahora disponéis de maquinaria especializada para
la recolección de la aceituna. No te pido que cultives trigo, cebada, maíz,
hortalizas, melones, sandias ni ningún otro cultivo entre las olivas.
Lo que quiero pedirte, es que dejes
que el campo recupere su dignidad, sus raíces. Que sea lo que siempre ha sido,
¡Campo!
No creo que sea necesario tratar a
la tierra como un enfermo crónico, añadiendo los químicos que creemos mejor
para una u otra cosa.
La estoy viendo morir poco a poco, sin
solución alguna. No me extrañaría que en la poca vida que me queda acabara embaldosado
y la aceituna programada para caer ella sola del árbol.
—Abuelo, eso es el avance
tecnológico, cada vez más, se crean componentes químicos para enriquecer la
tierra, para curar las posibles plagas que les pudieran atacar, para cosechar
mejor la aceituna, más rápido y con menos mano de obra. Siempre hay que avanzar,
los años pasados quedaron, precisamente en eso, en tiempos pasados.
El aceite es cada vez más conocido
fuera de aquí, incluso internacionalmente. Tenemos que ser un país competitivo,
tenemos muchos países que se están apuntando al carro del aceite de oliva. Y no
podemos nosotros, los que llevamos cientos de años luchando para arrancar del
olivo la aceituna y a la aceituna sacarle su aceite, oro líquido, como se le conoce ahora. Debemos
de luchar para no perder la oportunidad que se nos presenta y tener nuestro
lugar en el mundo del aceite, y la riqueza que eso supone para personas como
usted que tanto han sufrido para conseguir su fruto.
—Llevas razón, perdona a este viejo
chocho. Quizás con la edad me esté volviendo demasiado sensible. Pero me gustaría
ver los olivos con sus camas repletas de amapolas, margaritas, lirios, hierbas
verdegueando, insectos, pájaros que se alimentan de ellos, conejos, liebres,
perdices y los nidos de los pajarillos como el colorín, el chamarín, el verdón……….
Pero en fin, mi tiempo ha pasado,
ahora os toca a vosotros, las nuevas generaciones de aceituneros. Quien sabe, a
lo mejor cambia otra vez la manera de ver la tierra.
Deseo
que la codicia no entre en tu corazón y agotes las tierras por enriquecerte. Se
compraron con un solo propósito, alimentar a la familia y no tener estrecheces.
Y sinceramente, creo que no ha sido una mala vida.