AL ATARDECER
CAPÍTULO XVII
—Buenas
noches, María ¿Cómo estás?
—Nel,
que alegría oírte. Estoy bien y a ti ¿cómo te va por ahí?
—Muy
bien, aunque no hago mucho turismo.
—
¿No tienes ganas de ejercer como turista que todo le interesa?
—Sí
claro. Pero sigo con lo que te comenté. Y estoy intentando averiguar más cosas.
—
¿Pero es que te ha pasado algo más?
—Han
ocurrido algunas cositas más. Pero no creo que sea algo que se haya producido
al azar. Parece que la cosa es más seria o yo me estoy volviendo loco. Lo de la
grabación que te mandé es algo insignificante comparándolo con las últimas
revelaciones que estoy teniendo. Lo último ha pasado esta noche. Había
anochecido, cuando Johanna ha visto una luz que paseaba por la casa del Batán y
después se desplazó al establo. Para mí ha sido reconfortante ver que ha sido
ella la que ha visto la luz. Porque ya estaba pensando en acudir a un psicólogo
para decirle que oía voces y veía visiones —Le dijo a María riendo.
—
¡Oye! Muy rápido vas con esa Johanna, ¿no? ¿Cómo consigues engañarnos tan
rápido?
—
¡Eh! Que yo no engaño a nadie. Lo único, es que no estáis acostumbradas a un
tipo tan raro y atrayente como yo.
—Tú
abuela murió ya, ¿verdad?
—Si
mi abuela no me quería— le dijo Nel riendo.
—Bueno
mientras lo estés pasando bien me alegro. Pero recuerda que eres demasiado
cariñoso y sincero. Intenta no poner todas tus emociones en ella porque luego
el marrón me lo como yo.
—María
sabes de sobra que mi felicidad siempre la he sustentado sobre unos pilares muy
débiles. Posiblemente me rompa el corazón, como siempre me ha ocurrido. Pero
hasta que esto ocurra pasarán unos días en los que seré muy feliz. Soy un tipo
raro de cojones, y mientras sea consciente de esto no hay problema, el único
culpable de que salga mal siempre seré yo. A nadie recriminaré ni culparé.
—Te
conozco más de lo que tú te imaginas, y sé que por muy mal que te vayan las
cosas te colocarás la máscara que oculte la tristeza que hay en ti.
—Y
deseo seguir haciéndolo mucho tiempo. A parte de que no me gusta mostrar mis
problemas, pienso que todo el mundo tiene derecho a ser recibido con una
sonrisa, tratado con amabilidad y que se pongan en su lugar. Los problemas
prefiero guardarlos para mí, y para los que como tú me conocen.
—Pero
es duro. Saber que tienes problemas y ver como los ocultas para alegrar el día
de los demás.
—Sinceramente
sí, pero para eso tengo mis momentos de soledad y a Thor. Y no creo que mis
problemas sean más graves que los que padecen otros.
Hoy
me ha contado Johanna porqué está en este lugar y las circunstancias que la
hicieron alejarse tanto de su hogar. Sufrió la infidelidad de la persona a la
que amaba, en la que confiaba más que en ninguna otra, la que dormía a su lado
cada noche. María, ¿cómo puedes decirle a una persona, que la amas, y unos
minutos más tarde estar con otra, solo porque te pone como una moto? Cada vez
me sorprende más que no seamos capaces de darnos cuenta de lo que tenemos,
buscando lo efímero, lo que muere conforme envejecemos. Ojalá la conocieras
María, es preciosa, y de cuerpo perfecto. Vamos que los ángeles de Victoria Secret deben tener miedo
de que ella suba a una pasarela, es agradable en el trato, mesurada en sus
palabras y liviana en sus movimientos. Da la sensación de que al primer roce la
puedes romper como a una preciosa muñeca de fina porcelana creada por Lladró.
Sé que me vas a decir que es muy pronto, que la tengo idealizada.
—Nel, llevas razón, es muy pronto y dudo que sea
tan perfecta. Creo que deberías de conocerla un poco más.
—Y
que importa, pronto me iré si no se va ella antes. Para qué ralentizar algo que
acabará antes de comenzar. Seguiré compartiendo con ella todos los momentos que
pueda, y cuando llegue el momento de la despedida, tendrá almacenados un buen
montón de recuerdos.
—Sé
que da igual lo que diga porque tú no cejaras en tu empeño y tampoco dejarás
tus sentimientos morir dentro de ti.
—Gracias,
guapa. Y no olvides que a nadie querré más que a ti.
—Qué
meloso eres. Cuídate mucho.
Estaba
cansado de esperar, oteando el horizonte, que se hizo de noche, casi no se
percibía ni la silueta de la montaña. No sabía cuántos Gin-Tonics llevaba, ni la cantidad de cigarrillos que se había
liado y fumado. Cuando vio cómo la luz tan familiar para él, aparecía y desaparecía
en la niebla, como si realizase una danza concertada.
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