AL ATARDECER
CAPÍTULO XII
—Despierta,
Thor. Lo he vuelto a oír.
Se
fue rápidamente a la ventana, viendo como la luz de la linterna se aproximaba a
la niebla, desapareciendo engullida por ésta.
—Dios
Thor —Le dijo con una pequeña emoción— No sé si lo habrás escuchado tú.
“Sígueme” “Sígueme” “Ven” se me ha erizado la piel. No sé si por lo que ha
dicho o cómo lo ha dicho. Había tanta tristeza en esas palabras. Y sé a ciencia
cierta que era la voz de una niña. No comprendo por qué me está pasando, qué quiere.
Como muy bien dice María, no tiene sentido que se dirija a una persona
forastera, que no sabe nada de este lugar ni de sus misterios. Mañana subiremos
a ver si podemos hablar con el padre de Juan, aunque creo que es mejor no
decirle nada. Me inventaré cualquier excusa que parezca creíble para
preguntarle por la casa y sus alrededores.
—Buenas
tardes, Juan.
—Hombre,
Nel, le estábamos esperando. Padre, este señor es Nel, el hombre que estaba
interesado en la casa del cortao.
—Pues
usted dirá qué le hace preguntar por esa casa. ¿Ha oído algo por el pueblo?
—Mi
interés es conocer al propietario para poder hacerle una proposición. Me gusta
la casa y el lugar en el que está. Llevo muchos días dándole vueltas al asunto
y me gustaría preguntarle si está interesado en venderla, y si es así saber
cuánto pide.
—La
casa desde que pasó el incidente no ha vuelto a ser habitada.
—Pero
dueño tiene que tener, aunque se ve que lleva mucho tiempo sin venir por la
casa.
—Aquí
en el pueblo no se sabe si lo hay o no. De lo único que se tiene conocimiento
es que después de que ocurrió la desgracia, nadie la ha reclamado.
—
¿Desgracia? Eso suena a algo trágico, muy trágico.
—
¿No sabe nada de lo que ocurrió en esa casa?
—Perdone
usted José Manuel, pero llevo aquí menos de dos semanas y a la primera persona
que le he dicho mi intención de comprarla ha sido a usted.
—Lleva
usted razón, es algo de lo que ya no se habla. Fue algo horrible. Si no tiene
prisa se lo cuento aunque para mí sea remover el pasado de algo que todos
tardamos en olvidar.
Empezaba
la primavera del treinta y nueve cuando una mañana apareció Esteban, que sería
el cabeza de familia, era de mediana estatura, y se le veía un hombre de unos
cuarenta, cuarenta y cinco años, grueso y de piel blanquecina. Estuvo casi una
semana preparando la casa y el establo, imaginábamos que tendría familia y
pronto la traería a vivir aquí. Nunca supimos cómo se hicieron con la
propiedad, porque los que eran sus dueños en esos momentos desaparecieron de la
noche a la mañana. Unos dicen que marcharon a Francia, otros que se fueron a
las Américas. Eran tiempos de miedo y confusión por la guerra. Según mi padre,
quiso pasar como ganadero y agricultor, cosa que no consiguió. Tenía las manos
suaves y sin callos que demostrase que había trabajado con herramienta de mano
y al aire libre. Todos pensaron que eran una familia pudiente venida a menos
como consecuencia de la guerra civil. Conoció a mi padre por pura coincidencia,
aunque con el paso del tiempo se convirtió en una relación estrecha entre
ambos. Al ser vecinos, bajó un día para comprarle a mi padre dos terneras.
Bueno una de ellas más novilla que ternera, y apalabraron otras dos para el
momento en que se destetaran. La confianza se fue afianzando cada vez más por
las labores propias del cuidado de las vacas, por lo que mi padre subía casi
todas las mañanas al amanecer para echarles un vistazo a las reses y darle
algunos consejos para su cuidado.
Una
mañana me pidió mi padre que lo acompañara para ayudarle en la tarea con
nuestras vacas. Pero como ya estaba amaneciendo, se fue directo a ver las vacas
que le vendió a Esteban.
Aún
recuerdo aquello como si no hubiese pasado tiempo. Había comenzado el invierno
del cuarenta y tres. La noche anterior había caído alguna nieve por encima de
los pastos y fue una noche muy fría. Mi padre al llegar a la casa, cuando el
sol hizo su aparición completa, se extrañó al no ver salir humo de la chimenea,
y al no oír ruido alguno proveniente de la casa. Lo llamó a voces ¡Esteban,
Esteban!, y nadie respondía, ni una voz. Se acercó a la puerta y esperó. Al no
oír nada llamó a la puerta, abriéndose un poco por no estar cerrada, le empujó
hasta que quedo abierta completamente, dejando ver casi la totalidad del
interior. En ese momento vi lo que sería la imagen más repugnante, horrible y
dantesca que un niño puede ver. Frente a nosotros, sentado en una silla, estaba
Esteban, con el rostro totalmente ensangrentado, como si se lo hubiesen
aplastado, sobre la mesa el cuerpo de su esposa con las ropas destrozadas y mucha
sangre en ella, y según conto mi padre, justo a la puerta lateral, el cuerpo
del que sería el hijo mayor y mi amigo de correrías.
¡Corre
hijo, corre! avisa a la Guardia Civil y a la gente del pueblo, y no vuelvas a
subir. Fue lo último que oí decir a mi padre, cuando ya llevaba un trecho
corriendo y llorando. Tuve que parar para vomitar por lo mal que me encontraba.
Dí aviso a todo el mundo que me encontraba y me fui a mi casa, no recuerdo el
tiempo que estuve acurrucado frente a la lumbre. Cuando mi padre regresó a
casa, me mando a dormir, pero yo como lo que era, un niño, me quede escuchando.
Ha
sido una barbarie, peor que una jauría de bestias con ansias de sangre. A
Estaban —empezó la conversación con mi madre— le han golpeado de manera
salvaje, con las manos atadas al espaldar de la silla y las piernas por sus
tobillos a las patas de ésta. Según comentaban con el Juez las personas que le
acompañaban, debió de tener una muerte horrible y lenta. A su mujer la
ultrajaron y violaron, y cuando se cansaron le cercenaron el cuello. El hijo
mayor, Estebitan, parece ser que fue el que menos sufrió en esa matanza, solo
tenía dos disparos, uno en la cara, que le destroza la mitad de ella y otro en
el pecho. Pero por lo que decían le habían disparado fuera, junto a la puerta
falsa que va al establo. Y de todo esto —siguió contando mi padre— fue testigo
Esteban, dejándolo a él para el final. Toda la casa aparecía desordenada y
registrada como si hubiesen estando buscando algo. Los muebles habían sido
movidos y mirados a conciencia.
—
¿Y los niños pequeños?
—Ni
rastro de ellos, hemos mirado por la casa, por los alrededores, y no los hemos
encontrado.
—Qué
cosa más horrible, Dios quiera que aparezcan pronto, hace demasiado frio para
que estén vagando por el bosque o vete tú a saber dónde.
—Hemos
quedado en la casa para iniciar la búsqueda de los pequeños. Estaremos allí
todo el pueblo y gente de los alrededores. La noticia ha corrido como la
pólvora y se espera un buen número de personas para buscarlos.
Todo
lo que quedaba de día, y todo el día siguiente estuvo mi padre fuera de casa,
cuando llego nos dijo que no los habían encontrado.
—
¿Y cuánto tiempo duro la búsqueda de los niños?
—No
más de dos jornadas. Era imposible que unos niños pequeños resistiesen al frio y
al hambre. Los agentes de la benemérita nos dijeron que lo más seguro es que se
los hubiesen llevado.
—
¿Nunca aparecieron los niños o sus cuerpos?
—Hasta
la presente no. Y poco a poco fue desapareciendo el miedo que todos los
vecinos, jóvenes y mayores, teníamos por la seguridad de nuestras casas y
nuestras vidas.
—Y
los que hicieron eso ¿Fueron encarcelados? ¿Dijeron porqué lo habían hecho?
—Nadie
fue encarcelado y nunca aparecieron los asesinos.
—
¿Y los niños como eran? ¿Qué edad tenían?
—La
niña se llamaba Herminia, con el pelo rubio, piel blanca como la leche, una
cara graciosa, y una sonrisa especial. Decía su padre que era porque los
colmillos de arriba le sobresalían un poco.
—El
niño se llamaba Santiago pero todos les decíamos nene, era muy diferente de los
otros dos, moreno de cabello y piel, con un cuerpecillo robusto y listo como
ninguno, siempre que veía a mi padre se iba con él, y con una vara que le
preparó no dejaba de hostigar a las vacas que pillara a su alcance. Era muy
buena familia, nunca hicieron daño a nadie.
—Muchas
gracias por compartir sus recuerdos conmigo, José Manuel.
Nel
tomó dirección a la casa, quería estar allí, pensar en todo lo que le había
contado José. Fue algo increíble, demasiado dantesco incluso para la posguerra.
¿A qué se dedicaba Esteban? Que no era una persona rural le quedó claro. Pero
¿De dónde venía? ¿Cómo se ganaba la vida? ¿Por qué ese crimen tan cruel? ¿Por
qué asesinar a todos los miembros de la familia? ¿Qué buscaban? Y lo más
importante ¿Qué pasó con los pequeños?
Se
sentó con la espalda apoyada en un gran castaño que estaba frente a la casa y
el establo.
—Campeón,
hay demasiadas incógnitas en lo que pasó. Sabemos que Esteban no era
precisamente una persona débil, por lo que tuvo que ser reducido, por al menos
dos personas. Una sola no podría haberlo cogido y atarlo a la silla. Debía de
estar solo o amenazado de alguna manera. Lo más seguro es que tuviesen a un
miembro de su familia y si no hacía lo que quería o querían, lo matarían.
Imagino que los niños estaban con los padres, y al ver lo que pasaba gritarían
o llorarían. Por lo que el hijo mayor al oírlos vendría corriendo para ver que
estaba pasando, abrió la puerta de manera precipitada y sorprendió a los que
estaban en el interior, siendo la reacción de éstos disparar sin pensar a quien
lo hacían junto a esa puerta —Le dijo Nel a Thor señalando la puerta que había
frente al establo— Por lo que deduzco que el muchacho no sabía nada de lo que
en realidad estaba ocurriendo en el interior.
Estaba
Nel pensando en todo esto acariciando a su fiel compañero cuando un escalofrío
le recorrió la nuca.
—Ufff,
Thor, ¡que escalofrió he sentido ahora mismo! Vámonos a casa que ya se ve muy
poco, a ver si me voy a matar por ahí.
Se
incorporó y sacudiéndose las hojas prendidas en su ropa creyó oír algo.
—Thor
caya, he oído algo. No es nada, sigamos— le dijo Nel empezando a caminar.
Pararon
en seco los dos, volviéndose en dirección a la casa, encrespándose el pelo de
Thor y emitiendo el sonido gutural que indicaba miedo. Permanecieron en
silencio durante unos segundos.
—Chssss,
tú también lo has oído ¿verdad?— le dijo mientras se agachaba y le mandaba a
Thor “Suelo” —No se oye nada campeón, vámonos que estamos perdiendo el tiempo.
Antes
de erguirse totalmente, lo volvieron a oír. Era un llanto lejano, parecía que
era de un niño pequeño. Se volvió a repetir en dos ocasiones más, pero de
manera tan tenue, que les resultó imposible darle una localización.
Trascurridos más de veinte minutos sin volverlo a escuchar, iniciaron su camino
de vuelta a casa.
—Thor,
ahora me he acordado de que en una ocasión en la que estaba con mis tíos en una
jornada de caza con galgos, al apresar éstos una liebre, me pusieron los pelos
de punta. El grito de desesperación cuando se aproxima la muerte es como el
llanto de un niño pequeño. A lo mejor es eso lo que hemos oído. Es lo bastante
de noche para que un búho real o cualquier otro depredador nocturno le hubiese
dado caza a una de ellas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario