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lunes, 8 de febrero de 2021

AL ATARDECER // CAPÍTULO XII

 

 

 

AL ATARDECER

CAPÍTULO XII

—Despierta, Thor. Lo he vuelto a oír.

Se fue rápidamente a la ventana, viendo como la luz de la linterna se aproximaba a la niebla, desapareciendo engullida por ésta.

—Dios Thor —Le dijo con una pequeña emoción— No sé si lo habrás escuchado tú. “Sígueme” “Sígueme” “Ven” se me ha erizado la piel. No sé si por lo que ha dicho o cómo lo ha dicho. Había tanta tristeza en esas palabras. Y sé a ciencia cierta que era la voz de una niña. No comprendo por qué me está pasando, qué quiere. Como muy bien dice María, no tiene sentido que se dirija a una persona forastera, que no sabe nada de este lugar ni de sus misterios. Mañana subiremos a ver si podemos hablar con el padre de Juan, aunque creo que es mejor no decirle nada. Me inventaré cualquier excusa que parezca creíble para preguntarle por la casa y sus alrededores.

—Buenas tardes, Juan.

—Hombre, Nel, le estábamos esperando. Padre, este señor es Nel, el hombre que estaba interesado en la casa del cortao.

—Pues usted dirá qué le hace preguntar por esa casa. ¿Ha oído algo por el pueblo?

—Mi interés es conocer al propietario para poder hacerle una proposición. Me gusta la casa y el lugar en el que está. Llevo muchos días dándole vueltas al asunto y me gustaría preguntarle si está interesado en venderla, y si es así saber cuánto pide.

—La casa desde que pasó el incidente no ha vuelto a ser habitada.

—Pero dueño tiene que tener, aunque se ve que lleva mucho tiempo sin venir por la casa.

—Aquí en el pueblo no se sabe si lo hay o no. De lo único que se tiene conocimiento es que después de que ocurrió la desgracia, nadie la ha reclamado.

— ¿Desgracia? Eso suena a algo trágico, muy trágico.

— ¿No sabe nada de lo que ocurrió en esa casa?

—Perdone usted José Manuel, pero llevo aquí menos de dos semanas y a la primera persona que le he dicho mi intención de comprarla ha sido a usted.

—Lleva usted razón, es algo de lo que ya no se habla. Fue algo horrible. Si no tiene prisa se lo cuento aunque para mí sea remover el pasado de algo que todos tardamos en olvidar.

Empezaba la primavera del treinta y nueve cuando una mañana apareció Esteban, que sería el cabeza de familia, era de mediana estatura, y se le veía un hombre de unos cuarenta, cuarenta y cinco años, grueso y de piel blanquecina. Estuvo casi una semana preparando la casa y el establo, imaginábamos que tendría familia y pronto la traería a vivir aquí. Nunca supimos cómo se hicieron con la propiedad, porque los que eran sus dueños en esos momentos desaparecieron de la noche a la mañana. Unos dicen que marcharon a Francia, otros que se fueron a las Américas. Eran tiempos de miedo y confusión por la guerra. Según mi padre, quiso pasar como ganadero y agricultor, cosa que no consiguió. Tenía las manos suaves y sin callos que demostrase que había trabajado con herramienta de mano y al aire libre. Todos pensaron que eran una familia pudiente venida a menos como consecuencia de la guerra civil. Conoció a mi padre por pura coincidencia, aunque con el paso del tiempo se convirtió en una relación estrecha entre ambos. Al ser vecinos, bajó un día para comprarle a mi padre dos terneras. Bueno una de ellas más novilla que ternera, y apalabraron otras dos para el momento en que se destetaran. La confianza se fue afianzando cada vez más por las labores propias del cuidado de las vacas, por lo que mi padre subía casi todas las mañanas al amanecer para echarles un vistazo a las reses y darle algunos consejos para su cuidado.

Una mañana me pidió mi padre que lo acompañara para ayudarle en la tarea con nuestras vacas. Pero como ya estaba amaneciendo, se fue directo a ver las vacas que le vendió a Esteban.

Aún recuerdo aquello como si no hubiese pasado tiempo. Había comenzado el invierno del cuarenta y tres. La noche anterior había caído alguna nieve por encima de los pastos y fue una noche muy fría. Mi padre al llegar a la casa, cuando el sol hizo su aparición completa, se extrañó al no ver salir humo de la chimenea, y al no oír ruido alguno proveniente de la casa. Lo llamó a voces ¡Esteban, Esteban!, y nadie respondía, ni una voz. Se acercó a la puerta y esperó. Al no oír nada llamó a la puerta, abriéndose un poco por no estar cerrada, le empujó hasta que quedo abierta completamente, dejando ver casi la totalidad del interior. En ese momento vi lo que sería la imagen más repugnante, horrible y dantesca que un niño puede ver. Frente a nosotros, sentado en una silla, estaba Esteban, con el rostro totalmente ensangrentado, como si se lo hubiesen aplastado, sobre la mesa el cuerpo de su esposa con las ropas destrozadas y mucha sangre en ella, y según conto mi padre, justo a la puerta lateral, el cuerpo del que sería el hijo mayor y mi amigo de correrías.

¡Corre hijo, corre! avisa a la Guardia Civil y a la gente del pueblo, y no vuelvas a subir. Fue lo último que oí decir a mi padre, cuando ya llevaba un trecho corriendo y llorando. Tuve que parar para vomitar por lo mal que me encontraba. Dí aviso a todo el mundo que me encontraba y me fui a mi casa, no recuerdo el tiempo que estuve acurrucado frente a la lumbre. Cuando mi padre regresó a casa, me mando a dormir, pero yo como lo que era, un niño, me quede escuchando.

Ha sido una barbarie, peor que una jauría de bestias con ansias de sangre. A Estaban —empezó la conversación con mi madre— le han golpeado de manera salvaje, con las manos atadas al espaldar de la silla y las piernas por sus tobillos a las patas de ésta. Según comentaban con el Juez las personas que le acompañaban, debió de tener una muerte horrible y lenta. A su mujer la ultrajaron y violaron, y cuando se cansaron le cercenaron el cuello. El hijo mayor, Estebitan, parece ser que fue el que menos sufrió en esa matanza, solo tenía dos disparos, uno en la cara, que le destroza la mitad de ella y otro en el pecho. Pero por lo que decían le habían disparado fuera, junto a la puerta falsa que va al establo. Y de todo esto —siguió contando mi padre— fue testigo Esteban, dejándolo a él para el final. Toda la casa aparecía desordenada y registrada como si hubiesen estando buscando algo. Los muebles habían sido movidos y mirados a conciencia.

— ¿Y los niños pequeños?

—Ni rastro de ellos, hemos mirado por la casa, por los alrededores, y no los hemos encontrado.

—Qué cosa más horrible, Dios quiera que aparezcan pronto, hace demasiado frio para que estén vagando por el bosque o vete tú a saber dónde.

—Hemos quedado en la casa para iniciar la búsqueda de los pequeños. Estaremos allí todo el pueblo y gente de los alrededores. La noticia ha corrido como la pólvora y se espera un buen número de personas para buscarlos.

Todo lo que quedaba de día, y todo el día siguiente estuvo mi padre fuera de casa, cuando llego nos dijo que no los habían encontrado.

— ¿Y cuánto tiempo duro la búsqueda de los niños?

—No más de dos jornadas. Era imposible que unos niños pequeños resistiesen al frio y al hambre. Los agentes de la benemérita nos dijeron que lo más seguro es que se los hubiesen llevado.

— ¿Nunca aparecieron los niños o sus cuerpos?

—Hasta la presente no. Y poco a poco fue desapareciendo el miedo que todos los vecinos, jóvenes y mayores, teníamos por la seguridad de nuestras casas y nuestras vidas.

—Y los que hicieron eso ¿Fueron encarcelados? ¿Dijeron porqué lo habían hecho?

—Nadie fue encarcelado y nunca aparecieron los asesinos.

— ¿Y los niños como eran? ¿Qué edad tenían?

—La niña se llamaba Herminia, con el pelo rubio, piel blanca como la leche, una cara graciosa, y una sonrisa especial. Decía su padre que era porque los colmillos de arriba le sobresalían un poco.

—El niño se llamaba Santiago pero todos les decíamos nene, era muy diferente de los otros dos, moreno de cabello y piel, con un cuerpecillo robusto y listo como ninguno, siempre que veía a mi padre se iba con él, y con una vara que le preparó no dejaba de hostigar a las vacas que pillara a su alcance. Era muy buena familia, nunca hicieron daño a nadie.

—Muchas gracias por compartir sus recuerdos conmigo, José Manuel.

Nel tomó dirección a la casa, quería estar allí, pensar en todo lo que le había contado José. Fue algo increíble, demasiado dantesco incluso para la posguerra. ¿A qué se dedicaba Esteban? Que no era una persona rural le quedó claro. Pero ¿De dónde venía? ¿Cómo se ganaba la vida? ¿Por qué ese crimen tan cruel? ¿Por qué asesinar a todos los miembros de la familia? ¿Qué buscaban? Y lo más importante ¿Qué pasó con los pequeños?

Se sentó con la espalda apoyada en un gran castaño que estaba frente a la casa y el establo.

—Campeón, hay demasiadas incógnitas en lo que pasó. Sabemos que Esteban no era precisamente una persona débil, por lo que tuvo que ser reducido, por al menos dos personas. Una sola no podría haberlo cogido y atarlo a la silla. Debía de estar solo o amenazado de alguna manera. Lo más seguro es que tuviesen a un miembro de su familia y si no hacía lo que quería o querían, lo matarían. Imagino que los niños estaban con los padres, y al ver lo que pasaba gritarían o llorarían. Por lo que el hijo mayor al oírlos vendría corriendo para ver que estaba pasando, abrió la puerta de manera precipitada y sorprendió a los que estaban en el interior, siendo la reacción de éstos disparar sin pensar a quien lo hacían junto a esa puerta —Le dijo Nel a Thor señalando la puerta que había frente al establo— Por lo que deduzco que el muchacho no sabía nada de lo que en realidad estaba ocurriendo en el interior.

Estaba Nel pensando en todo esto acariciando a su fiel compañero cuando un escalofrío le recorrió la nuca.

—Ufff, Thor, ¡que escalofrió he sentido ahora mismo! Vámonos a casa que ya se ve muy poco, a ver si me voy a matar por ahí.

Se incorporó y sacudiéndose las hojas prendidas en su ropa creyó oír algo.

—Thor caya, he oído algo. No es nada, sigamos— le dijo Nel empezando a caminar.

Pararon en seco los dos, volviéndose en dirección a la casa, encrespándose el pelo de Thor y emitiendo el sonido gutural que indicaba miedo. Permanecieron en silencio durante unos segundos.

—Chssss, tú también lo has oído ¿verdad?— le dijo mientras se agachaba y le mandaba a Thor “Suelo” —No se oye nada campeón, vámonos que estamos perdiendo el tiempo.

Antes de erguirse totalmente, lo volvieron a oír. Era un llanto lejano, parecía que era de un niño pequeño. Se volvió a repetir en dos ocasiones más, pero de manera tan tenue, que les resultó imposible darle una localización. Trascurridos más de veinte minutos sin volverlo a escuchar, iniciaron su camino de vuelta a casa.

—Thor, ahora me he acordado de que en una ocasión en la que estaba con mis tíos en una jornada de caza con galgos, al apresar éstos una liebre, me pusieron los pelos de punta. El grito de desesperación cuando se aproxima la muerte es como el llanto de un niño pequeño. A lo mejor es eso lo que hemos oído. Es lo bastante de noche para que un búho real o cualquier otro depredador nocturno le hubiese dado caza a una de ellas.

 

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