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lunes, 8 de febrero de 2021

AL ATARDECER // CAPÍTULO XIV

 

 

 

AL ATARDECER

CAPÍTULO XIV

 

Después de desayunar se dirigió hacia los pastos de Juan con intención de charlar con José Manuel. Estaba tan enfrascado en averiguar todo lo que pudiese, que olvidó el motivo de su viaje, lo que hizo asomar una sonrisa en su rostro. Que absurda puede ser una vida vacía, en la que no eres consciente de que lo  verdaderamente importante es vivirla.

—Buenos días señor José. He subido con la esperanza de poder charlar con usted, bueno exactamente a que me cuente cosas de su niñez.

— ¿Todavía está usted interesado en la casa?

—La verdad es que ha despertado mi curiosidad lo que usted me dijo que pasó en ella. He pensado mucho en los años en que se hizo y la forma.

—Años confusos de hambre y miedo. Pero dígame exactamente qué quiere que le cuente.

—La familia, según me dijo usted vinieron a la casa en el treinta y nueve.

—Efectivamente, lo que no recuerdo es si la guerra civil había terminado o no.

— ¿Cómo se vivió aquí la guerra José Manuel?

—Asturias se había significado más por el bando republicano, aunque en algunos lugares había una notable presencia nacional, como por ejemplo en Ujo, donde se organizó un consejo falangista. Las organizaciones obreras jugaron un gran papel. Pero con la caída del frente republicano de Asturias en el treinta y siete, cayó el concejo de Mieres.

En las casas no había agua ni electricidad, y nos alumbrábamos con velas y candiles. No existía la posibilidad de hacer las necesidades en un baño como lo hacemos ahora, sino que había que salir fuera y hacerlo donde se pudiese. Para la higiene personal se bañaban en baldes de metal los más privilegiados, los más menesterosos nos teníamos que conformar con una palangana y bañarnos por partes, en un intento desesperado de limpieza e higiene, porque el agua la teníamos que traer desde los arroyos, veneros o fuentes.

—Madre mía, eso tuvo que ser muy duro.

—Bastante, pero no fue eso lo peor, Nel.

 Para la mayor parte de nosotros y de prácticamente la mayoría de los españoles, lo peor fue sin lugar a dudas, los años del hambre, del estraperlo, de la escasez de los productos más necesarios, del racionamiento, de las enfermedades, del hundimiento de los salarios, del empeoramiento de las condiciones laborales, del frío y los sabañones.

Los que perdieron la guerra, los “rojos”, se escondían en los montes, en habitaciones ocultas, en graneros, pajares, y en cualquier lugar que pudiese albergarlos lejos de la mirada de sus enemigos, fuesen del bando nacional o vecinos rencorosos con sed de venganza. Añadiendo a ese temor el hambre. A los que encontraban los franquistas, sin un juicio justo o inexistente, los mataban y los enterraban en fosas comunes como la de Turón, en el Pozu Fortuna. Y aunque la familia supiese el lugar donde fueron enterrados, no podían desenterrarlos, porque, si los veían, podrían morir asesinados por las fuerzas nacionales. Ni darle un entierro digno podían.

Aprovechando el caos creado por la guerra, y con la victoria del bando nacional, se restauró la propiedad privada, la recuperación de los beneficios de las empresas y de la banca, el desvergonzado enriquecimiento de los grandes estraperlistas protegidos del Régimen y el restablecimiento de los privilegios de la Iglesia y el Ejército.

— ¿Y el estraperlo se daba mucho por estas tierras?

—No, eso quedó para las capitales. Sabíamos de algunos que lo habían intentado, pero nada más llegar los cogían y les quitaban lo que llevaban. El estraperlo al igual que todo lo que iba en contra de la voluntad del régimen, estaba controlado por unos pocos que se dejaban untar por los estraperlistas, y así salían ganando las dos partes. Aquí, en el campo, todo vecino conocía las hierbas y como cocinarlas, con lo que engañábamos al estómago. Fue el hambre, las enfermedades, la miseria y todo aquello que se nutría de la pobreza, mala alimentación e higiene, las que mataron más personas que la guerra, aparte de los que fueron asesinados por chivatazos de vecinos o antiguas rencillas.

—Tuvo que ser muy duro no confiar en tus familiares y vecinos.

—Fue triste, Nel, muy triste. No podías confiar en nadie porque las circunstancias así lo querían, fue una guerra en la que no podías quedar al margen, o eras nacionalista o republicano, y los que así lo hicieron, fueron acusados de apoyar la república por no luchar al lado de los nacionales. Morir por no desear matar a tus paisanos o vivir avergonzado y recriminando tu cobardía todos los días de tu vida.

— ¿Recuerda usted, si hubo muchos robos en la guerra y en los años que le siguieron?

—Robos hubo por parte de los dos bandos y de todo el que tenía la oportunidad de hacerlo. La guerra te da la oportunidad de coger lo que no es tuyo, sin castigo alguno, a no ser que lo robado fuese de alguien adepto al bando vencedor, en tal caso si serías castigado y desde luego no de una forma humana.

—Lo que no comprendo es por qué no se luchó contra toda esa injusticia que siguió muchos años después de la guerra.

—Usted ha tenido la suerte de vivir en un país democrático, y de la dictadura tendrá pocos recuerdos. Pero sí hay una cosa que todos los que hemos vivido esa guerra no olvidaremos: “El hambre hace cobarde al más osado de los hombres”

—Hay otra cosa que le quiero preguntar ¿Usted se acuerda de quien llevó la investigación de esa matanza?

—Al principio no, pero conforme fue pasando el tiempo y creciendo me di cuenta de que fue la policía armada. Pero que yo sepa, no se averiguó nada.

—Muchas gracias por su tiempo José Manuel, ha sido muy agradable oírle contar un poco de esa historia tan reciente y cruel.

—De nada Nel, me gusta hablar de esos años tan tristes y que me escuchen con tanta atención  como usted.

 

— ¡Hola Johanna! ¡Qué alegría me da verte!

—Hola— Contestó ella con la sonrisa que tanto le gustaba a Nel —¿Ya has acabado tu paseo?

—Hoy el paseo ha sido muy corto. He estado con José Manuel, el padre de Juan.

—Johanna, ¿te puedo hacer una pregunta?

—Claro, ¿qué quieres saber?

—¿Tú crees en la existencia de vida más allá de la muerte?

— ¿Me preguntas por el tema de las apariciones de espíritus, cosas que se mueven solas y todo eso?

—Sí.

—Es algo que no me he preguntado mucho. Verás, para mí es un tema de difícil explicación. Hay muchas personas que piensan que sí y otras muchas que piensan que no. Yo, por si acaso, ni creo ni dejo de creer ¿Es que a ti te gusta el tema ese?

—Es algo en lo que nunca había pensado hasta ahora —Carraspeó Nel para aclararse la voz— Desde que llegué a este lugar, no he dejado de sentir cosas raras.

— ¿No me digas que ves fantasmas?— Le preguntó ella sonriendo.

—Por favor, escúchame.

A parte de mi sensación, hay algo más. Harto de oír una voz dentro y fuera de la casa, ver mi ropa fuera de la maleta y tirada por el suelo, esparcido sobre el piso el contenido de mi mochila,  amontonados en el suelo los folletos de museos y de percibir un aroma muy agradable a flores frescas, decidí dejar el portátil frente a la mesa que hay junto a la ventana, donde hay dos velas que de vez en cuando me las he encontrado encendidas.

La primera vez, después de despertarme un ruido abajo, vi en la grabación Como las velas se encendían al unísono y Como cruzaba una sombra por la ventana.

La segunda vez, ocurrió exactamente lo mismo, me despertó un ruido, las velas encendidas de igual manera, pero a los pocos minutos se hizo visible el rostro de una niña preciosa entre ocho o diez años, pero con una cara de tristeza terrible. Y el mensaje que siempre oigo, es una invitación para que la siga. Y luego está la coincidencia de la linterna.

— ¡Linterna! ¿Qué linterna?

—No sé si es una linterna o cualquier otra cosa, solo sé que es un punto de luz, que desaparece siempre en el mismo sitio, engullido por una niebla que se posa todas las noches en la parte alta, donde está la casa.

José Manuel me contó, que en esa casa, al poco de terminar la guerra civil, se cometió un crimen terrible y brutal. En el que murieron el matrimonio y el hijo mayor. Y ahora viene lo más importante, desaparecieron los niños pequeños, una niña de ocho años, igual a la que vi en la grabación y un niño de un año y medio aproximadamente.

— ¿Te das cuenta, Johanna, de las coincidencias?

—Es interesante Nel. Pero también es un tema bastante raro y tienes que comprenderlo.

—Precisamente a eso es a lo que voy a dedicar las semanas que me quedan que estar aquí. Voy a averiguar todo lo que pueda sobre esos fenómenos, que desde luego no son normales y carentes de cualquier lógica o explicación racional.

—Bueno, nuestro cruce de caminos Johanna. Toca separarme de ti. Gracias por dejar que comparta estos momentos contigo. Mañana me gustaría que nos viésemos, si es posible y te apetece, para mí es muy agradable estar contigo.

—Sinceramente me está gustando pasear contigo, y si no se complica el trabajo, mañana nos vemos por aquí.

—Ojalá que puedas venir, yo estaré en los alrededores de la casa.

Esperó hasta verla desaparecer, siendo consciente que le gustaba estar y conversar con ella más de lo que demostraba.

 

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